Imaginarios del azar: Los símbolos en las máquinas tragamonedas

Las máquinas del deseo visual
Las máquinas tragamonedas (slot machines) son artefactos ubicuos en la cultura del ocio contemporáneo. Presentes en casinos, terminales de transporte y plataformas digitales, su interfaz visual opera como un lenguaje propio, codificado a través de símbolos reiterativos: cerezas, campanas, diamantes, esfinges, dragones, el número 7.
Más allá de su aparente función recreativa, estas imágenes configuran una mitología visual del capitalismo tardío. Se sitúan en un punto intermedio entre el espectáculo y la economía informal, entre el consumo lúdico y, en ciertos contextos, mecanismos de lavado de dinero. Pero sobre todo, funcionan como espejos culturales: condensan afectos, proyecciones, memorias colectivas y formas de poder.
Los símbolos que allí aparecen no deben entenderse como simples adornos gráficos, sino como dispositivos de seducción articulados por entramados complejos que combinan marketing, historia, imaginarios globales y relaciones de poder.
De las frutas a los premios: el origen industrial del ícono
El repertorio iconográfico de las primeras tragamonedas, surgidas en Estados Unidos entre finales del siglo XIX y principios del XX, no es casual. Las frutas como cerezas, limones, uvas, fueron introducidas como estrategia de marketing durante los años en que el juego por dinero estaba prohibido en varios estados. Para sortear la legislación, las máquinas ofrecían premios en forma de chicles de sabores, cuyas imágenes aparecían en los rodillos.
Es decir, el símbolo no representaba riqueza monetaria, sino un consumo azucarado legalizado. Con el tiempo, sin embargo, esas imágenes pasaron a encarnar lo opuesto: la promesa de un jackpot, la ilusión del golpe de suerte. La interfaz visual evolucionó así desde un lenguaje de legalidad camuflada hasta convertirse en emblema de codicia lúdica y recompensa inmediata.
El número 7: misticismo secular y promesa de redención
La presencia del número 7 en las tragamonedas trasciende su función matemática. Este número acumula una carga simbólica multisecular: los siete días de la creación, las siete maravillas del mundo, los siete pecados capitales. Su inserción en la iconografía del azar remite a un proceso de secularización de lo sagrado: el jugador, al buscar el triple 7, se alinea inconscientemente con una promesa de redención, ahora desplazada al terreno del capital, no del alma.
Esta transfiguración de lo religioso en objeto de consumo ilustra lo que Jean y John Comaroff han descrito como una “espiritualidad del mercado” (2000), donde las máquinas de juego no sólo venden entretenimiento, sino también esperanza: una ilusión de salvación convertida en posibilidad de riqueza inmediata.
Orientalismo y exotización: Egipto, China y el deseo por el "Otro"
La proliferación de tragamonedas con temáticas egipcias, asiáticas o precolombinas constituye un claro ejemplo de orientalismo posmoderno. Inspiradas más por Hollywood y los videojuegos que por investigaciones antropológicas o históricas, estas máquinas no representan culturas, sino clichés visuales: Cleopatra hipersexualizada, faraones dorados, templos mayas estilizados, dragones rojos, monjes budistas sonrientes.
Se trata, como señala Edward Said (1978), de una estetización del “Otro” que convierte lo exótico en un decorado funcional al deseo. Estas imágenes no buscan comprender ni respetar, sino intensificar la atracción visual, apelando a una exotización rentable y a la promesa de fortuna inmediata.
En esta lógica, la tragamonedas deviene un espacio simbólico donde el Norte Global trivializa y reconfigura las culturas del Sur, convirtiéndolas en recursos imaginarios extraíbles al servicio del consumo y la industria del entretenimiento.
Cultura pop, zombis y la máquina como pantalla de proyección
Desde comienzos del siglo XXI, las tragamonedas comenzaron a incorporar licencias de películas, series y personajes populares: Game of Thrones, The Walking Dead, Playboy, Kiss, Elvis Presley, Cleopatra (versión Hollywood), entre otros. El lenguaje visual del azar se fusiona con la cultura mediática global.
En lugar de representar deseos arquetípicos (dinero, fruta, oro), las máquinas ahora reflejan obsesiones contemporáneas: celebridades, mundos postapocalípticos, fantasías hipersexualizadas. La tragamonedas se convierte así en una pantalla sobre la cual se proyectan las ansiedades colectivas de una sociedad hípermediatizada.
Como ha señalado Zygmunt Bauman en Modernidad líquida (2007), el consumo en nuestras sociedades no se limita a lo material: consumimos narrativas, afectos, experiencias. En este sentido, la máquina de azar deja de ser un simple dispositivo de juego para convertirse en espejo de la subjetividad contemporánea.
Una cartografía cultural del azar
Las figuras que giran en las tragamonedas son mucho más que símbolos aleatorios. Funcionan como un archivo visual del deseo neoliberal, donde el consumo, la fantasía y la memoria se entrelazan. Comprender su origen y circulación permite mapear los mecanismos de producción de sentido en una economía cultural globalizada.
Así, incluso los artefactos más banales, como una máquina tragamonedas encendida en un rincón cualquiera, pueden leerse como textos culturales densos, cargados de historia, política y estética. Leer sus símbolos es, en el fondo, leer una parte oculta pero reveladora de la cultura visual contemporánea.
Referencias
· Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, 2007.
· Comaroff, Jean, y Comaroff, John. Millennial Capitalism and the Culture of Neoliberalism. Duke University Press, 2000.
· Said, Edward W. Orientalism. New York: Pantheon Books, 1978.
· Schüll, Natasha Dow. Addiction by Design: Machine Gambling in Las Vegas. Princeton University Press, 2012.
· Fisher, Mark. Capitalist Realism: Is There No Alternative? Zero Books, 2009.