“La guerra es la enfermedad de la humanidad”
"A continuación, un relato realista, desapasionado y humano desde el frente de guerra entre Ucrania y Rusia, en el Donbás, elaborado por Ingvar Aurum, médico, viajero y humanista.
Con esto intentamos poner a disposición de nuestros lectores una experiencia de primera mano, incluidos los contrastes y el sufrimiento humano, para instar por la negociación y la paz en esta región del mundo. No sobra decir que no estamos a favor o en contra de ningún bando"
(Nota del Editor en jefe).
Sucede que la comunicación con los periodistas en estos últimos seis meses ha tenido para mí connotaciones bastante contradictorias. Un día, a principios de mayo, hablé por teléfono con un periodista que vive en Estados Unidos y le conté mis primeras impresiones sobre mi estancia en la ciudad de Donetsk. Fue una conversación amistosa, aunque ordinaria. A la mañana siguiente leí su relato de la historia y, por supuesto, me molesté pues no era muy precisa. Creo que un periodista debe ser ante todo objetivo, capaz de ofrecer a sus lectores la información tal y como es. Los lectores por su propia cuenta se formarán su opinión sobre lo que está pasando. Otro periodista, esta vez de Rusia, hizo su reportaje entrevistándome en la ciudad de Mariúpol, pero el material de vídeo fue editado de manera que se excluyeron ciertos matices de palabras y actitudes hacia los acontecimientos. En general, todo estaba descrito de forma objetiva, pero los acentos que ponía también tenían su propia inclinación.
Y aquí está el tercer intento por mi parte, ahora para hablar a un público hispanohablante con la ayuda de mi viejo amigo Saúl. Claro que traducir del ruso al español también podría estropear las cosas, pero espero que esto se solucione.
En años anteriores he viajado mucho por todo el mundo: Tíbet, XUAR [Región Autónoma Uigur de Sinkiang], Hong Kong y, por supuesto, otras partes de China igualmente interesantes. El Himalaya - India y Ladakh. La hermosa América Latina incluído Chile, Argentina, Brasil, etc.
A menudo se trata de lugares en los que los conflictos de larga duración estaban activos y bastante arraigados, o bien apagados pero humeantes por sus consecuencias, o bien resueltos de algún modo (por la fuerza o la política). La experiencia de viajar me ha dado la capacidad de vivir bajo condiciones extremas y de tomar todo con calma.
El conflicto en el Donbás no es muy antiguo. Esto no es Jammu y Cachemira, donde India y Pakistán han estado caminando sobre un "campo de minas" colocado por Gran Bretaña durante décadas. En Donbás, el conflicto lleva ardiendo o humeando sólo ocho años. A decir verdad, yo mismo no me he había enterado mucho de lo que pasaba allí, viviendo en Rusia. Lo que percibía era que había una especie de guerra, a veces activa, a veces silenciosa, los políticos intentaban negociar pacíficamente e incluso firmar los acuerdos de Minsk. Algo retumbaba y explotaba de vez en cuando, pero estaba muy alejado. Tanto que llegas a un punto en que no estas al tanto de lo que sucede. Se suponía que los políticos deberían solucionar la situación allí y nosotros teníamos que ocuparnos de nuestros problemas cotidianos.
Soy médico de enfermedades infecciosas y, por supuesto, pasé 2020 y 2021 en la lucha contra el Covid-19. Las variantes Alfa y Delta fueron particularmente brutales con nosotros. La pérdida de vidas y las burbujas de oxígeno en las habitaciones nocturnas están ahora para siempre en mi memoria. Un amigo muy cercano y mi padre murieron por esta enfermedad. Este dolor personal ha dejado cicatrices profundas en mi corazón.
Los combates que se iniciaron en el invierno de 2022 ciertamente me hicieron reflexionar mucho. Miré la pantalla de la televisión y me di cuenta de que yo tenía la misma casa y los mismos hijos que aquellas personas. Y todo lo que sucedía allí era horrible. A finales de marzo me había recuperado del shock y tomé la decisión de ir al Donbás. Mi idea era ver lo que estaba sucediendo allí con mis propios ojos y hacerme mi propio punto de vista. No bajo la influencia de los medios de comunicación, sino a través de la participación personal en estos eventos. Me di cuenta de que, como médico, podría ser útil para las personas que se encontraban en medio de esta catástrofe. Las acciones de voluntariado organizados por las autoridades oficiales no me gustaban. Funcionarios del partido Rusia Unida recogían listas de trabajadores médicos y les ofrecían trabajar en Donetsk durante quince días o un mes. Todo esto era organizado a través de los canales oficiales.
A pesar de esto escribí una carta a ellos, pero no obtuve nunca una respuesta. Cuando vi el correo electrónico de un grupo de voluntarios en una cadena de mensajes de “telegram”, escribí y acabé consiguiendo el número de teléfono de un cirujano de Donetsk que estaba reclutando médicos de Rusia para trabajar en la zona del conflicto. Pero en primer lugar le interesaba reclutar médicos para trabajar con las tropas. Le expliqué que quería trabajar directamente en Mariúpol porque habría una ola de calor allí, y un especialista en enfermedades infecciosas en una ciudad donde había una catástrofe humanitaria sería útil. Al final aceptó ayudar. Podría trabajar allí durante seis meses, hasta el comienzo del invierno. Así que tuve que organizarme para ser autosuficiente de alguna manera durante los primeros días allí. No tenía dinero, así que en abril me dirigí a los funcionarios de urgencias de la región donde vivía y les pedí ayuda para el billete de avión y una pequeña suma para cubrir los gastos iniciales. Se negaron a ayudarme. Eran demasiado cobardes para tomar la decisión ellos mismos. Aunque eran mis compañeros de la facultad de medicina.
No me molestó su posición, no hay nada qué hacer - los funcionarios siempre tienen miedo a tomar este tipo de iniciativas. Mis amigos me ayudaron. Tenía dinero, ropa y un billete de avión. A principios de mayo ya me encontré en Donetsk. La ciudad me sorprendió y me impresionó. La recorrí, caminando veinte kilómetros cada día. Subí a montones de bosques, caminé por los parques, fui a zonas remotas, recogí desechos de proyectiles y observé las marcas de los impactos. Pero, sobre todo, hablé con las personas que habían vivido y viven en este estado de guerra permanente durante todos estos años. Cuando subí a la zona de desperdicios, vi armas y, por supuesto, me alejé rápidamente, para no ser confundido con un observador o explorador. Los sonidos de los disparos eran constantes, un estruendo diario al que te acostumbras.
Una vez me encontraba en una carretera remota del distrito de Kuibyshev (donde los proyectiles impactaban a menudo en zonas residenciales). Estaba sentado en una parada de autobús y escuché el sonido de un disparo, el sonido me puso muy tenso. Llegó un autobús, subí y todos en la cabina se quedaron en silencio, y nos dirigimos al centro de la ciudad, con un comportamiento de "estoicos", con pensamientos de "lo que será, será". Estuve en Donetsk durante tres semanas, casi todo el mes de mayo. Fui al Ministerio de Sanidad local y ofrecí mi candidatura para trabajar en Mariúpol. El papeleo burocrático era estresante. Sentí que no sabían qué hacer conmigo. Dijeron que no tenían ninguna posición para médicos y no habría una hasta junio. No había ningún contacto con los médicos jefes de los hospitales supervivientes en Mariúpol o nadie respondía al teléfono cuando el número estaba disponible. Era prioritario para mí encontrar un trabajo con algún tipo de salario porque no había nadie que me mantuviera.
Me propuse la siguiente tarea: encontrar un trabajo, encontrar un lugar para vivir y sumergirme en lo que ocurría de la misma manera que los lugareños. A mediados de mayo tuve la suerte de estar en Mariúpol junto a un voluntario de San Petersburgo. Así fue como conocí la ciudad por primera vez. Los rascacielos humeantes tras los incendios, las losas de hormigón arruinadas, los restos oxidados de los coches quemados. Vehículos blindados, coches destrozados y tranvías. Llovía a cántaros, abrimos el coche y repartimos comida en uno de los barrios. Entre los edificios calcinados, vivían unas cuarenta personas. Hicieron cola y les metimos en bolsas lo que habíamos traído en el coche: guiso, pasta, galletas, productos de higiene. Estaba mirando todo esto y mi cuerpo temblaba como si tuviera frío. Luego volvimos a Donetsk y esperé un tiempo más a las decisiones de los funcionarios del Ministerio de Sanidad local.
Con el cirujano que me había organizado para ir a Donbás fui a uno de los campos militares. Los movilizados, eran hombres comunes que ahora estaban en el ejército. A algunos les aplicamos primeros auxilios, había casos de síndrome de aplastamiento por los derrumbes, también aplicamos medidas antichoque y hemostáticas, y medidas anti epidémicas a algunos otros.
Ellos tenían un médico, un joven que era paramédico en Rusia. Pero como lo habíamos sospechado previamente, la formación y provisión médica en el ejército no era muy buena. Volvimos rápidamente al anochecer, a ciento veinte kilómetros por hora, para evitar ser impactados por un proyectil. Las estelas de los misiles de la defensa aérea al anochecer tenían un aspecto fantástico, al igual que sus estallidos en las nubes. Miras el surrealismo de lo que está sucediendo y no puedes creer lo que ven tus ojos.
En el centro de Donetsk hay un cajero automático. Poco antes de que yo llegara, el ejército ucraniano atacó el lugar con un misil Tochka-U. Me acerqué al cajero automático: dos agujeros entre muchos otros. He visto las imágenes de las cámaras de este cajero. Un hombre estaba sacando dinero en el momento del impacto, estaba de pie, y tras la explosión se desliza al suelo muerto. Estaba mirando los dos agujeros que estaban justo en su pecho. Los trozos de metralla atravesaron a este hombre y volaron hacia el cajero. Las municiones de racimo son implacables con los civiles. En los meses siguientes, el tiroteo en Donetsk fue muy intenso. Ya en Mariúpol me di cuenta de que estaba en un periodo muy tranquilo en mayo, y que en verano muchos residentes de Mariúpol habían regresado de Donetsk, prefiriendo vivir en casas destruidas, pero evitando los constantes ataques de la artillería ucraniana.
Ingvar Aurum
Medico infectólogo. Nació en Transbaikalia (Rusia). Ha trabajado por décadas luchando contra enfermedades infecciosas como el SIDA y el Covid-19. Es un reconocido montañista y viajero tanto solitario como haciendo parte de equipos de expertos. Recorrió más de 18.000 kilómetros en autostop por toda Rusia. Sus aventuras fueron inmortalizadas por el director Alexander Sveshnikov en los documentales Миссия [Misión] (2016), y Страсти по Аралу [La pasión por el Mar de Aral], (2018).
Instagram: ingwar_aurum
Las opiniones y hechos narrados en este artículo son responsabilidad del autor, y no representan necesariamente el punto de vista de este magazín o su equipo editorial.
Traducido del ruso al español por Magcondo.
Edición: Daniel S. Castañeda.